Los de la barra dicen mi arma. Van de blanco y negro, como el buen cine antiguo. Se friegan vasos y platos, bandejas de plata. El ruido irradia realidad. El suelo es de mármol, donde ya lucen mil servilletas como hojas otoñales de un gingko albino. La barra reluce, brilla y la terraza rebosa. Las señoras llevan bolsas de tiendas de regalos y las melenas teñidas de rubio.