Cuando Manuel Maqueda visitó por primera vez una de las exposiciones de LAPIEZA en Madrid, quedó no solamente fascinado por el lenguaje expositivo, tan lejano, a primera vista, de su pintura, sino muy intrigado por la forma de acceso a un arte seminonáutico y expansivo. Pol Parrhesia, amiga en común, instalaba ese día una nube de alambre alrededor de un punto de luz cenital, y Manuel fumaba en su pipa mientras estudiaba la obra expuesta, consistente en su mayor parte de objetos monocromáticos, naturalismos, algunas pornografías y videarte en bucles. Al terminar la acción, tomamos unos vinos y Manuel me invitó a su estudio para hacer una demostración de trazo con pincel chino, técnica que estudió durante una década con el maestro de caligrafía china Jorge Tseng. En aquella, ahora lejana primera visita a su casa-estudio en Toledo, me quedó ya claro que en Maqueda habita un inmenso universo pictórico propio, con influencias reconocidas y reconocibles en sus rostros. Hay rasgos familiares, herencias de la gran pintura española e internacional. Los deliciosos personajes de El Bosco, junto a los claroscuros de Rembrandt o Zurbarán, mezclados con las facetaciones faciales de Picasso y las variantes cromáticas de Matisee, todas referencias ineludibles, ligadas en un gran salto al intimismo escenográfico de Hopper y a la sensibilidad de los minimalistas y abstractos, deudores todos, del gran arte oriental.La historia de la pintura emocional, con los retratos y los paisajes como ejes fundamentales, son la base de la línea pictórica a la que Maqueda sigue insuflando vida a diario. El trazo, su gesto directo y preciso, es un puente inmediato hacia un paisaje anímico interior, que actúa como motor de la obra. Este motor invisible, que desde hoy nombraremos como linaje, quedó probado en las sucesivas acciones que diagramamos en la galería, para alegría y sorpresa de los invitados.
El trazo, en su origen, tuvo algunos elementos naturales como protagonistas. Las manzanas de mi jardín, acumuladas como obra natural, brotaron limpias del pincel de Maqueda, y los rostros que yacían dormidos e invisibles en las ocho piedras sobre la mesa negra, despertaron con la caricia del agua tintada. Más adelante, ya en el sur de Francia, bajo la misma luz con la que Cézanne pintó una y otra vez su querida montaña Santa Victoria, continuamos la serie de piedras y flores. Si aquel nuevo encuentro, en la residencia anual de artistas que dirige con sutil elegancia Françoise Rohmer, fijó un nuevo hito en nuestra colaboración activa, ampliando la serie de videos y exposiciones conjuntas, fue solamente un previo de nuestros siguiente brindis en la ciudad de México, a la que Manuel llegó guiado por las grandes pasiones, de las que es fiel amante. En aquella primavera lluviosa, Maqueda pintó los rostros de la muerte y del desasosiego tras un intenso viaje a la frontera con Guatemala y esbozó una y otra vez el rostro de su musa afrodita. En el DF nos veíamos poco y nos llamábamos mucho. A veces venía a mi hotel, céntrico y bohemio, lejos de su tranquilo Coyocán, donde vivía en una linda casita dentro de la fortaleza del Indio Fernández. En sus esporádicas visitas al bullicioso centro, paseamos largo, sin prisas, tomando cafés, comiendo platillos de pescado en cantinas vetustas y comprando nuevos papeles en la Merced, rodeados de montañas de tomates y nopales, en aquella gozosa penumbra.
Hace ahora un año, tras montar su nuevo estudio en Vejer de la Frontera, Cádiz, donde ahora vive y trabaja, seleccioné obra reciente para su primera exposición allá. Disfrutamos del verano andaluz, revisamos toda la obra durante los días, muy calurosos, y ya en la tarde, cuando el sol bajaba hacia su horizontal, bajábamos raudos a la playa, nuestra linda playa virgen, donde dibujábamos en la arena, emulando al gran Miró, junto al batir de las olas hasta que anochecía. Si bien la pintura en gran formato ha sido el eje fundamental del trabajo de Maqueda, el número anual de grandes lienzos ha ido disminuyendo progresivamente, ahora mucho más selectos y exclusivos, favoreciendo la obra sobre papel, muy dinámica en ejecución, y bien amiga de la movilidad y del importante coleccionismo y Y del mecenazgo, que fomentamos con entusiasmo, en cada nueva acción. Como a los grandes artesanos, rigurosos, perfeccionistas y celosos de su intimidad, a Maqueda le gusta trabajar a diario, concentrado, solo, en su estudio, y esbozar sus nuevos rostros, cada nueva temporada inspirados en los afectos que mantiene activos, rodeado de cientos de pinceles y de papeles, que, como únicos instrumentos afinados y afilados, se pliegan dóciles, gozosos, en sus manos para esculpir de nuevo, la forma del deseo y del afecto. El linaje de Manuel Maqueda.
Anto Lloveras 01.08.15 NEGRADAS
Artista conceptual relacional, comisario y crítico.
Socioplástica y vanguardia activa.
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EXHIBITION #75 THE WORD
2016 *****