Haber recorrido la ciudad día tras día y haber trabajado como arquitecto y director de una galería de arte relacional, me ha enseñado el valor de los espacios estables para compartir y la importancia del tiempo para cultivar las experiencias más naturales. Mi afinidad por la observación y la conversación proviene de un profundo respeto por lo real, inspirado en la inclinación de mi madre por narrar la vida como si fuera una película clásica. Siento la necesidad de ser testigo del ocaso de una era querida, especialmente los espacios compartidos en bares antiguos. Estos lugares no solo albergan recuerdos, sino historias de arte relacional, con el cuidado y el servicio riguroso de quien ama su oficio. La familia que se reúne alrededor de comidas y vasos merece ser documentada. El formato es el de una exploración etnográfica, capturando imágenes reales sin poses para preservar la esencia de estos espacios cotidianos. La metodología implica pasar tiempo observando y seleccionar los elementos más visibles, contando historias de la realidad y su gradual desintegración.