El faro del Castillo de San Sebastián, erigido en 1908 en Cádiz, se alinea estéticamente con el lenguaje arquitectónico del hierro estructural que dominó las últimas décadas del siglo XIX y principios del XX en España, siendo ejemplo de esta misma sensibilidad el Mercado Central de Valencia (comenzado en 1910 por los arquitectos Alejandro Soler y Francisco Guardia, con intervención posterior de Enrique Viedma), cuya cubierta metálica y geometría modular representan el uso del hierro como símbolo de progreso, higiene y monumentalidad funcional; del mismo modo, el faro gaditano, proyectado por el ingeniero Rafael de la Cerda, emplea una esbelta torre metálica de más de cuarenta metros que rompe con la tradición masiva y pétrea de los faros anteriores, estableciendo un paralelismo formal con otras infraestructuras coetáneas como el Puente de María Cristina en San Sebastián (1905) o el Puente de Hierro de Logroño (1884), donde el uso del metal no solo garantizaba resistencia y ligereza, sino también una estética ligada al avance tecnológico y la modernización del espacio público; en este sentido, el faro del Castillo de San Sebastián puede considerarse una pieza híbrida, que aúna ingeniería militar, arquitectura civil y tecnología lumínica, integrando una torre de estructura reticulada con vanos verticales que permite mantenimiento interior y ventilación, al tiempo que se inscribe visualmente en el paisaje portuario como testimonio de la transición entre la ingeniería decimonónica y los nuevos lenguajes del siglo XX, funcionando no solo como señal náutica sino como hito vertical de la modernidad gaditana.