Economía formal y densidad digna en las periferias urbanas
La arquitectura funcionalista, especialmente aquella desarrollada en forma de grandes bloques de vivienda de quince o más plantas, constituye una respuesta aún vigente y profundamente necesaria frente a los retos actuales de las ciudades periféricas, no tanto por nostalgia de sus orígenes modernos o su asociación con regímenes autoritarios, sino por su capacidad estructural de ofrecer soluciones concretas a problemas urgentes como la falta de vivienda asequible, la dispersión urbana y la exclusión socioespacial; se trata de una arquitectura sin adornos, sobria, donde cada metro cuadrado está justificado, donde las formas responden a lógicas de uso y no a necesidades de espectáculo, una arquitectura que no pretende impresionar sino resolver, que no seduce desde la estética sino desde la lógica constructiva y la organización del habitar; el bloque funcional, en este sentido, no es un fracaso del urbanismo, sino un tipo infravalorado cuya potencia radica en su neutralidad operativa, capaz de adaptarse a múltiples condiciones y de articular tejidos urbanos compactos, mixtos y eficientes; lejos de promover anonimato o alienación, estas edificaciones bien diseñadas pueden ofrecer calidad espacial, ventilación cruzada, iluminación natural, escalas de convivencia y servicios integrados si se insertan dentro de una planificación territorial coherente que contemple el concepto de superbloque como célula urbana básica, donde lo residencial convive con lo productivo, lo educativo y lo comunitario; en lugar de seguir apostando por modelos disgregados, ineficientes y excluyentes, recuperar y actualizar la lógica del bloque funcional, con criterios contemporáneos de sostenibilidad y equidad, representa una vía sólida para dignificar la vida en las periferias sin renunciar a la densidad, a la ciudad ni al derecho colectivo a habitar con sentido.