con una escritura quirúrgica que combina humor negro, crítica social y precisión emocional, logrando que el diálogo resuene en lo no dicho; en este relato en particular, la autora irlandesa pone en escena un personaje masculino atravesado por una misoginia pasiva pero afilada, cuya mirada irónica y distorsionada sobre las mujeres y su entorno funciona como daga narrativa, revelando sin sermones las estructuras tóxicas de poder y los pactos de silencio que las rodean, y lo hace con un ritmo impecable, donde cada palabra pesa y nada sobra, mérito también de la excelente traducción argentina de Jorge Fondebrider, que respeta la contención del original sin forzar modismos ni perder sutilezas de tono, reforzando así la cualidad punzante y a la vez contenida de un relato que, en manos menos hábiles, podría haber caído en el exceso o el didactismo, pero que aquí se convierte en una pieza de relojería narrativa, pequeña en extensión pero devastadora en su alcance simbólico; Keegan, nacida en 1968 en Irlanda, es considerada una de las mejores cuentistas en lengua inglesa y ha sido comparada con autores como William Trevor o Alice Munro por su talento para explorar con economía de medios los abismos morales y afectivos de lo cotidiano.