lunes, 7 de enero de 2019

YEMAS

Solazo de nuevo. Voy a aprovechar la espera. Bajo hasta la playa. Veo la entrada llena de coches. Agosto. Aparco en la cuneta, cerca de la zanja, con ojito para no volcar. El chiringuito ya está repleto de gente comiendo pulpo y frituras variadas. Al otro lado del riachuelo hay familias haciendo barbacoas, con neveras y sombrillas gigantes. Es un día de fiesta. Ignoro las festividades. Me calzo el traje negro y me descalzo. Llego sin nada. No llevo toalla. Si hace falta me enareno. Solo traje un libro. Camino por la orilla. Miro los barrigones que pasean arriba y abajo. Esta playa es la antítesis de Ibiza. Salvo el de algún surfero, los cuerpos son absolutamente ordinarios. Me relaja, detesto el exceso de cuerpos musculados o intervenidos. El agua está cristalina. La marea bien alta. Dejo mis cosas en la cresta de arena seca, en el límite de la batida, junto a dos sombrillas de colores chillones que me servirán de guía. Es imposible predecir si trae lluvia. Camino en seco la playa. Ida y vuelta. Ida y vuelta. Observo a los otros caminantes que van y vienen. Caras cuellos pechos vientres. Ellos llevan todos bañadores largos. Ellas bikinis de colores. Las viejas con mallotas negras. Pieles blancas y flácidas. Mi abuela siempre llevaba mallota. Nunca bikini. Los niños trastean con montículos de arena y plásticos de colores. Los padres los vigilan de cerca. Entro en calor. Entro al agua. Me tiro de frente y buceo con los ojos abiertos. Mi cuerpo rodeado de una temperatura nueva. Me sumerjo más. Veo tu cara, al fondo, sacándome la lengua. Nado a braza, mar adentro. Hago el muerto. Me vuelvo buceando. Busco las sombrillas de colores. Gafas puestas. Driblo cuerpos dormidos. Llego a la duna. Toco dientes de león con las yemas. Me ducho con agua dulce templada. Me seco al sol. Me estiro. Me pongo la ropa de nuevo. No me gusta llevar el traje mojado, este es de secado lento. Compro un café para llevar. Fumo en la bancada. Miro las yucas. Saco fotos. Salgo a coger el tren.