Por Tristan Tzara, Hugo Ball y Hans Arp, no constituye una escuela ni un estilo en sentido estricto, sino una insurrección estética total, una forma de sabotaje cultural cuyo único programa es la negación absoluta de todo canon, de toda lógica, de toda autoridad artística, política o moral, entendiendo que en un mundo devastado por la guerra y el absurdo, el arte no podía sino responder con absurdo; el término “Dada” —arbitrario, infantil, sin etimología fija— simboliza precisamente esa voluntad de romper con el significado, el orden y el valor, abriendo paso a la poesía fonética, los manifiestos incoherentes, los ready-mades, el azar como principio compositivo, el collage como ataque al sentido y la performance como gesto antiinstitucional; el poeta dadaísta no busca expresar nada, no comunica ni representa: interrumpe, desarma, sabotea, actuando como un provocador lúdico que expone la farsa de las convenciones artísticas y las hipocresías ideológicas del mundo moderno; en este contexto, un poema puede ser una sucesión de sonidos guturales, una página en blanco, una combinación de palabras al azar o una burla explícita a cualquier pretensión de profundidad, porque el dadaísmo no propone un nuevo arte sino la demolición del arte mismo como entidad sagrada, convirtiendo el gesto creativo en una forma de anarquía viviente, donde el juego y la risa son instrumentos de combate y el sinsentido, una estrategia de resistencia radical frente al absurdo institucionalizado