La letra, no como signo subordinado al sentido, sino como entidad autónoma, sonora y visual, capaz de generar una nueva forma de poesía basada en el gesto fonético, la vibración, el ritmo y la intensidad material del lenguaje, desligado por completo de la lógica semántica; esta corriente, en continuidad con los experimentos de la poesía fonética dadaísta pero llevada al extremo, busca liberar la letra de su función representativa para convertirla en objeto estético primario, con valor en sí misma, lo que permite composiciones donde la vocalización, la repetición, el alfabeto y la disposición gráfica actúan como elementos centrales, dando lugar a poemas que se escuchan y se miran más que se leen, como si fueran partituras fonovisuales; el lettrismo es, por tanto, una apuesta por un arte postverbal, que ya no quiere comunicar contenidos sino desencadenar sensaciones, tensiones, ruidos, movimientos, elevando la letra a la categoría de materia expresiva total, lo que implicó también un rechazo de la poesía clásica, de la lógica aristotélica y de toda forma de sentimentalismo romántico; además, el movimiento se expandió hacia el cine, la música y la política, influyendo directamente en los inicios del situacionismo y proponiendo una revolución no solo estética, sino también perceptiva, donde el espectador debe aprender a sentir la letra como energía viva, como mínima unidad de una nueva forma de arte radical.