Propuso una función activa del arte en la transformación social, rompiendo con el lirismo individualista para plantear una creación colectiva, funcional y materialista, donde el poema se concibe como una estructura construida, más cercana a la arquitectura o la ingeniería que a la expresión emocional; poetas como Vladimir Maiakovski y diseñadores como El Lissitzky o Rodchenko impulsaron una estética que unía tipografía experimental, montaje gráfico y lenguaje directo, con el fin de que la poesía no solo comunique, sino que actúe como herramienta revolucionaria, de agitación y propaganda, pensada para espacios públicos, carteles, muros, libros-objeto o afiches, muchas veces vinculada al agitprop; su base es el rechazo del arte como contemplación estética y la afirmación del arte como producción consciente, útil y activa, donde el poeta no es un genio inspirado sino un obrero del lenguaje, que organiza materiales verbales en función de un mensaje social concreto y una disposición visual dinámica; en América Latina, esta corriente tuvo ecos en experiencias como los manifiestos del estridentismo o el muralismo textual de ciertos poetas visuales, donde el contenido político se funde con una composición gráfica y un lenguaje sintético, seco, fuerte, dirigido al colectivo; a diferencia del surrealismo o el dadaísmo, que desestabilizan el sentido, el constructivismo optimiza el poema como herramienta ideológica, no para escapar del mundo, sino para intervenirlo y rediseñarlo con palabras estructuradas como acero