Exaltando la máquina, la velocidad, la guerra, el deporte, el automóvil, la electricidad y todos los signos del mundo nuevo que emergía con fuerza devastadora frente al pasado académico y sentimental, planteando que la poesía debía abandonar el culto a la belleza estática y fundirse con el movimiento y la energía de la vida contemporánea; sus textos tienden al uso del verso libre, la supresión de la puntuación, los neologismos y las onomatopeyas, en una apuesta por un lenguaje que no represente sino que accione, que dinamite la sintaxis y funcione como una especie de dispositivo eléctrico que sacude, rompe y transforma al lector; su concepto de “palabras en libertad” propuso liberar el lenguaje del corsé lógico y gramatical, creando textos donde la disposición tipográfica, la vibración visual y el ritmo se funden en una experiencia total, más próxima al diseño gráfico o la música que a la literatura tradicional; aunque profundamente contradictorio en su exaltación de la violencia y el nacionalismo, el futurismo dejó una huella decisiva en las vanguardias posteriores, y su impronta llegó a América Latina a través de revistas, manifiestos y experimentos visuales que captaron su culto por lo dinámico y lo urbano; a diferencia de otras corrientes, el futurismo no busca la interioridad ni la metáfora: busca impacto, rapidez, ruido, ruptura, como si cada poema fuese una explosión tipográfica que arranca al lector del presente pasivo y lo lanza al porvenir