La arquitectura contemporánea tiene en ocasiones la capacidad de actuar como contrapunto, injerto o glosa de lo histórico, y pocos ejemplos lo ilustran con tanta claridad como esta intervención blanca y ondulante adosada al cuerpo robusto de una catedral neogótica, donde el vidrio y el acero esculpen una presencia ligera y casi flotante que no pretende camuflarse ni competir con la piedra tallada, sino establecer una tensión armónica entre dos lógicas constructivas radicalmente distintas: la gravedad frente a la levedad, la verticalidad aspiracional frente a la horizontalidad acogedora, la opacidad del muro frente a la transparencia del cerramiento, en un gesto que transforma el espacio religioso en un lugar también de encuentro cívico, de descanso o contemplación profana. La cubierta en forma de ola o pliegue recuerda tanto a una carpa como a un gesto caligráfico, sugiriendo movimiento en contraste con la rigidez solemne del templo, y sus curvas blancas se deslizan como un trazo musical bajo las gárgolas, sin rozarlas. Un ejemplo emblemático de este diálogo lo ofrece la cafetería del Mariendom de Linz en Austria, es una composición respetuosa pero audaz, que abre el patrimonio al presente sin necesidad de mimetismos ni rupturas violentas. Así, la arquitectura se convierte en una forma de mediación temporal, capaz de tejer continuidad sin nostalgia y novedad sin arrogancia.