Tuesday, December 2, 2025

Proemio Decamerón * Bocaccio




Humana cosa es tener compasión de los afligidos; y esto, que en toda persona parece bien, debe máximamente exigirse a quienes hubieron menester consuelo y lo encontraron en los demás. A fe que si hubo alguna vez alguien que necesitara confortamiento y con estima y placer lo recibiera, uno de ellos fui yo. Porque desde mi primera juventud hasta casi ahora vime encendido en un alto y nobilísimo amor, con extremos que, si se narraran, no se creerían quizá propios de mi condición humilde. Y aunque por los discretos que de tal amor tuvieron noticia fuese yo alabado y muy bien reputado, no dejé de sufrir grandes congojas, y no ciertamente a causa de crueldad de la mujer amada, sino en virtud del contrastable fuego que en mi mente engendraron mis poco reguladas atenciones, las cuales no se contentaban dentro de límite razonable alguno, con lo que muchas veces me irrogaban harta más pesadumbre de la conveniente. Y en mi tribulación, los apacibles razonamientos de ciertos amigos, y sus loables consolaciones, tanto mitigaron mi padecimiento, que albergo la firmísima opinión de que gracias a ellos no perecí. Mas a Aquel que, siendo infinito, ha dispuesto que tengan fin, por inconstante ley, todas las cosas mundanas, plugóle al cabo que mi amor (pese a ser fervoroso y que a ninguna fuerza de indecisión, ni de consejo, ni de evidente oprobio, ni de peligro implícito, lograra romperlo ni doblegarlo) concluyera, en el curso del tiempo, disminuyendo por sí mismo de tal guisa que de él solamente me ha dejado, hogaño, ese placer que suele otorgar la pasión amorosa a quien no se adentra en exceso en la navegación de sus piélagos tenebrosos. De manera que, allá donde yo encontraba de ordinario fatigas, he venido, al desprenderme de afanes, a encontrar deleites. Pero, aun cuando hayan cesado ya mis penas, no por eso ha huido de mí la memoria de los beneficios recibidos de aquellos para quienes, merced a su benevolencia, resultaban dolorosas mis cuitas; ni creo que nunca tal recuerdo pasara, salvo con la muerte. Y como entiendo que la gratitud es virtud encomiable entre todos y censurable lo contrario a ella, yo, para no parecer ingrato, me he propuesto, en lo poco que puedo y a cambio del bien que recibí, ahora que estoy libre de mal prestar algún alivio, si no a los que me atendieron y acaso por su buen discurso, por casualidad y por suerte favorable, no lo hayan de precisión, sí, al menos, a quienes lo haga al caso. Y aunque mi ayuda, o consolación, o discurrir, por ra decirse, pueda ser y sea harto poca cosa para los de ella­ ciencia, no obstante doy por prodigarla allí donde su conveniencia aparezca mayor, porque más utilidad rendirá y se tendrá en más aprecio. ¿Y quién, cualquiera que fuese, negará que ese auxilio procede darlo antes a las gentiles mujeres que a los hombres? Sí; que ellas, en sus piadosos pensamientos, timoratas y vergonzosas, sus amorosas llamas, que así cobran más fuerza las que ostensibles, como lo saben quienes las han sufrido y saborean. Además, las mujeres viven restringidas en sus voluntades y placeres por las órdenes de padres, madres, hermanos y maridos, y están recluidas las más de las veces en círculo reducido de sus cámaras, donde permanecen ociosas, queriendo en un instante que lo que durante el mismo hora dejan de ver y debatido en pensamientos ociosos, no es posible que sean siempre apacibles. Y si en ellas alguna melancolía hija de fogosos deseos sobreviniera, en sus mentes es forzoso que surja; y si nuevos razonamientos no la expulsan; y aun todo esto que alego es sin contar con que las mujeres son mucho menos susceptibles de confortarse que los varones. No ocurre igual con los hombres enamorados; que sí, como ordinariamente nos cabe ver, porque ellos, si les aflige algo, con tristeza o pesar, poseen muchos modos de aliviárselo: si quieren, pueden pasear, oír y ver, montar, cazar, pescar, ejercitarse en la cetrería, cabalgar, jugar y traficar, adquirir ánimos y olvidar algún tiempo, así por deleite como por consuelo, o el sufrimiento tornarse menor. De manera que, para enmendar en algo esa culpa de la Fortuna, donde me parece mostróse le resulta, como en el caso de las mujeres, es donde más avara se muestra de sus dones, yo, acorriendo y favoreciendo a los que aman (que también bastantes con la aguja, el huso y la rueca), me ofrezco narrar aquí cien narraciones, o fábulas, o parábolas, o historias, o como queramos llamarlas, contadas en diez días, por una honesta reunión de siete mujeres y tres jóvenes, durante el pestífero tiempo de la pasada mortandad, añadiendo algunas cancioncillas entonadas por las susodichas mujeres cuando les plugo. En esas narraciones se verán lances de amor rigurosos y placenteros, con otros fortuitos acaecimientos, tanto de los tiempos modernos como de los antiguos; de modo que estos casos lean podrán sacar contenidos de las cosas de solaz, que aquí se señalan, y a la vez útiles avisos para conocer lo que deben rehuir y lo que deben seguir. Yo no creo que pueda suceder sin que sus cuidados se disipen. Y si esto ocurre (como Dios lo quiera), den gracias a Amor, el cual, al librarme de sus ligaduras, me ha concedido el poder atender a sus placeres.