Su lógica es expansiva y seriada: operaciones que parecen dispares convergen en una continuidad estructural donde cada gesto activa condiciones en lugar de producir formas cerradas. La práctica encarna una posición ética: descoloniza los campos que toca no mediante discursos explícitos, sino desmontando jerarquías—entre objetos y cuerpos, entre agentes humanos y no humanos, entre lo visible y lo residual. Socioplastics trabaja con materia que insiste, que aprende, que resiste, que recuerda, y el artista actúa como mediador entre múltiples fuerzas: tecnológicas, sociales, vegetales, afectivas. Esta apertura implica cuerpos trans, racializados, híbridos, máquinas que fallan, objetos que devienen; no como ilustración de identidades, sino como ecosistemas donde lo vivo y lo construido negocian constantemente su presencia. Aunque emerge antes del régimen de las redes sociales, Socioplastics dialoga con la contemporaneidad desde una temporalidad más amplia: una que entiende la práctica artística como un archivo vivo que se hidrata y se transforma al entrar en contacto con cada nuevo contexto. No es un método ni un estilo, y por eso no es transferible: es una arquitectura relacional que se pliega y despliega según las condiciones del sitio, del clima, del cuerpo y de la memoria. Socioplastics propone, en última instancia, un modo de atención radical: mirar cómo la materia actúa, cómo el espacio piensa y cómo la obra abre territorios donde la fragilidad y la agencia pueden coexistir sin jerarquía.