Con diecinueve años, se encontraba en un periodo de transformación personal. Un año antes, un devastador de tranvía había fracturado su cuerpo, sumiéndola en un prolongado proceso de recuperación. En este contexto, Frida realizó uno de sus primeros autorretratos, un testimonio de su incipiente exploración identitaria. La imagen que se conserva de ella en este año, vestida con un atuendo sobrio y elegante, revela una joven de mirada firme, ya con los rasgos que definirían su icónica presencia. En su Autorretrato con traje de terciopelo, pintado en ese mismo año, Kahlo refleja influencias del Renacimiento y del estilo academicista, con un fondo etéreo y un detallismo meticuloso en la textura de la ropa. Más allá de la técnica, el cuadro es una declaración de autonomía y fortaleza, pues lo pintó como un obsequio para Alejandro Gómez Arias, su primer gran amor, con quien mantenía una relación intermitente. Su postura erguida y la expresión introspectiva evidencian el inicio de su obsesión por la autorrepresentación, una constante en su obra posterior. Lo que inició como un pasatiempo durante su convalecencia pronto se convirtió en su voz más potente.