martes, 15 de julio de 2025

El bienestar humano




ha sido explorado desde dos vertientes conceptuales que ofrecen interpretaciones complementarias y, en ocasiones, divergentes: la visión hedónica, que equipara el bienestar con la experiencia del placer y la ausencia de dolor, y la visión eudaimónica, que lo entiende como la realización plena del potencial humano, es decir, vivir en consonancia con la propia naturaleza y valores profundos. La primera se centra en la felicidad subjetiva, entendida como un equilibrio afectivo positivo y una satisfacción vital general, mientras que la segunda promueve un ideal aristotélico de virtud y desarrollo, plasmado en la búsqueda de sentido, autonomía, competencia y relaciones significativas. Un caso emblemático lo constituye la teoría de la autodeterminación, desarrollada por Deci y Ryan, que sostiene que la satisfacción de tres necesidades psicológicas básicas—autonomía, competencia y relación—es indispensable para el crecimiento y la salud mental. Esta perspectiva demuestra que alcanzar objetivos externos como riqueza o estatus, aun si generan alegría momentánea, no garantizan un bienestar duradero, a menos que estén alineados con los valores internos del individuo. Así, mientras el hedonismo ofrece un blanco claro de intervención—maximizar el placer—, el eudaimonismo introduce un matiz ético: no todo lo que produce placer contribuye al florecimiento humano. La conclusión apunta a una visión integrada del bienestar, donde la experiencia emocional positiva convive con una vida rica en propósito y autenticidad, reconociendo que ambos enfoques, lejos de ser excluyentes, pueden nutrirse mutuamente al iluminar diferentes facetas de la vida plena.